miércoles, 28 de agosto de 2013

Y si acaso no brillara el sol...



¿Puede el polo norte tener más días de sol que lo habitual?
No sé, a lo mejor son efectos del calentamiento global.
Mis teorías por el piso.
Dijiste que no ibas a estar, que no podías.
Y tu sonrisa me tomó desprevenida.
Desprevenida, despeinada y echa un asco cabe aclarar.
Hablamos, y juro por Dios que intenté que no se notara. Claro que siempre he sido muy fácil de leer para las personas que me conocen, así que evidentemente fracasé para regocijo de las perras que se hacen llamar amigas.
Cuestión que intenté alejarme.
¿Cuándo voy a entender que ese tipo de maniobras son en vano?
En cuanto me descuidé estabas al lado mío de nuevo, torturándome en silencio para tu mórbida satisfacción, acercándote y hablándome al oído sin que yo pudiera huir. Porque quería huir a pesar de no saber muy bien la razón.
No me centré en vos, porque todo lo que ocurría alrededor era diez millones de veces más importante que un estúpido histeriqueo. Así que dejé mi mente llenarse de otros pensamientos.
Pero siempre llega el atardecer, ya sea polo norte o no.
Siempre hay un crepúsculo esperando por cada amanecer.
No sin antes tener una lluvia de estrellas fugaces en el cielo, o un vulgar ataque de abejas asesinas en mi estómago. Cualquiera de las analogías viene bien.
Me besaste.
Fue simple, corto y dulce.
Lo suficiente para hacerme sonreír en ese momento, y darme golpes en la cabeza ahora.
Porque amo el sol, las sonrisas fáciles, los abrazos cálidos y el toque de tus labios, pero sigo sin dejar mis miedos atrás.
¿Hasta cuándo saldrá el sol en este lugar?

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