¿Puede
el polo norte tener más días de sol que lo habitual?
No
sé, a lo mejor son efectos del calentamiento global.
Mis
teorías por el piso.
Dijiste
que no ibas a estar, que no podías.
Y tu
sonrisa me tomó desprevenida.
Desprevenida,
despeinada y echa un asco cabe aclarar.
Hablamos,
y juro por Dios que intenté que no se notara. Claro que siempre he sido muy
fácil de leer para las personas que me conocen, así que evidentemente fracasé
para regocijo de las perras que se hacen llamar amigas.
Cuestión
que intenté alejarme.
¿Cuándo
voy a entender que ese tipo de maniobras son en vano?
En
cuanto me descuidé estabas al lado mío de nuevo, torturándome en silencio para
tu mórbida satisfacción, acercándote y hablándome al oído sin que yo pudiera
huir. Porque quería huir a pesar de no saber muy bien la razón.
No me
centré en vos, porque todo lo que ocurría alrededor era diez millones de veces
más importante que un estúpido histeriqueo. Así que dejé mi mente llenarse de
otros pensamientos.
Pero siempre
llega el atardecer, ya sea polo norte o no.
Siempre
hay un crepúsculo esperando por cada amanecer.
No sin
antes tener una lluvia de estrellas fugaces en el cielo, o un vulgar ataque de
abejas asesinas en mi estómago. Cualquiera de las analogías viene bien.
Me
besaste.
Fue simple,
corto y dulce.
Lo suficiente
para hacerme sonreír en ese momento, y darme golpes en la cabeza ahora.
Porque
amo el sol, las sonrisas fáciles, los abrazos cálidos y el toque de tus labios,
pero sigo sin dejar mis miedos atrás.
¿Hasta
cuándo saldrá el sol en este lugar?
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